Me dejan frío “los toros”. Hubo un tiempo, en mis años mozos, que me dio por ver corridas en la 2 de TVE. Con ojo científico me empeñé en tratar de entender qué cosa veían los aficionados en las tres suertes del toreo. No llegué a ver más allá de un baile delante de un morlaco que te puede sacar las entrañas. Nada de cultura: Acojone colectivo y desahogo animal primitivo ante la muerte del bicho, aderezado de capotazos y movimientos más del gusto homo que hetero, me da a mi la impresión. Pero igual me equivoco.
Ya entonces los movimientos ecologistas abominaban (abominábamos) del toreo, aunque defendían la dehesa. “Si existen las dehesas -espetaban algunos toreófilos- es gracias a que existe el toro de lidia”. Pero eso es tan absurdo como decir que gracias a los atunes tenemos Mediterráneo.
No me gusta el toreo y me parece una barbaridad dedicar un solo euro público a su sostenimiento. Pero mi razón principal no es el rechazo a que se dé muerte a un animal, ni siquiera a que se le torture. Lo que me produce rechazo radical es que esto se haga público y gastemos dinero público en ello.
Lo que nos envilece es permitir que seres humanos (como yo, como nosotros) puedan disfrutar de lo que no deja de ser una animalada (animales matando animales).
Pero ya Javier Ortiz lo dejó escrito muchísimo mejor que yo hace la friolera de 13 años. Recomiendo vivamente su lectura.